Quebec, la provincia francesa del Canadá

2018-10-08

Kate The Traveller

Canadá me pareció una tierra de cuento de hadas, sita en el fin del mundo, desde mí infancia.

Escuchando las historias de Ana de las Tejas Verdes, de la autora canadiense Lucy Maud Montgomery, de niña, a menudo viajaba con la imaginación, a la verde isla de Príncipe Eduardo, encantada con la tranquilidad y la naturaleza de los lugares descritos. Unos años más tarde, vi por primera vez una popular película durante la temporada de Navidad en Polonia: Leyendas de Pasión. A partir de ese momento, la imagen del paisaje de la pradera canadiense se grabó profundamente en mi memoria, haciendo que ya como adolescente decidí que un día sería precioso pasar el resto de mi vida, en una cabaña de madera en algún lugar en el corazón del bosque canadiense.

Tales eran los sueños de una niña. Mientras tanto, ya como adulta me fui a Francia y viviendo allí, a menudo me encontraba con representantes de la provincia francófona de Quebec. Recuerdo mi sorpresa, cuando preguntaba de forma simpática sobre Canadá, de la que todavía turísticamente no sabía casi nada, siempre los quebequenses se ofendían de manera desagradable, explicando que no se sienten canadienses, pero que con mucho gusto me pueden contar sobre su sitio de origen. Siempre fue un área muy delicada en las conversaciones. Era necesario mantener una etiqueta específica, para evitar mencionar Canadá …

Quebec es una de las diez provincias de Canadá que, junto con los tres territorios, componen el conjunto de las trece unidades administrativas del país. Se encuentra en la costa este de América del Norte, limita con la Bahía de Hudson en el norte, la península de Labrador e Isla de Terranova en el este y el río San Lorenzo en el sur. Estas regiones son áreas muy frías. El verano puede fastidiar con sus altas temperaturas solo en algunas partes del sur de Quebec, más hacia el norte dura solo un mes, con temperaturas que no sobrepasan 15 grados Celsius de día.

Durante mi primera visita a Canadá, fascinada por mis conocidos parisinos, fui a Quebec.

Invitada por mi amiga, quien prometió mostrarme su ciudad natal de Montreal, pasé alrededor de un mes allí. Montreal es una mezcla específica de una gran ciudad estadounidense, con elementos más antiguos, provenientes de la arquitectura europea de los primeros colonos. Durante el verano, debido a la proximidad al río San Lorenzo, el clima es caliente y húmedo, en la época de invierno la temperatura a veces desciende a menos 30º y la nieve está aquí en tal cantidad, que la pala de nieve se convierte en un equipamiento estándar en todos los hogares y vehículos. Durante los meses de verano, la vida se desenvuelve fuera; en las terrazas y parques. Se organizan muchos eventos especiales (eventos de Fórmula 1) y festivales. En invierno, sin embargo, la vida de la ciudad desciende al subsuelo, a un sistema especialmente construido de corredores subterráneos, para limitar al mínimo la salida al frío. El mirador Mont-Royal es un gran lugar para contemplar la ciudad desde arriba. Se observan distritos residenciales detrás de los modernos rascacielos del centro de Montreal, junto con el gran río San Lorenzo en el horizonte y zonas verdes sin fin que rodean todo, que hacen plantearse el viaje más allá, hacia el norte de la región. Es justo cerca de este lugar donde probé el plato nacional de Quebec: “Poutine” o sea, patatas fritas con salsa de queso y carne calientes.

Quebec es un fenómeno cultural y social interesante.

Como único y último bastión de la lengua francesa en América del Norte, están orgullosos de tener afinidad con el lenguaje y la cultura de sus antepasados europeos:  la Francia del siglo 17. Muchos franceses todavía se van a Quebec. Los acuerdos políticos entre los dos países permiten viajar fácilmente, establecer negocios y cambiar la residencia de forma permanente. Los franceses están encantados con sus hermanos desde el otro lado del mar. Los lazos sociales, a veces difíciles y fríos en Francia contrastan con el estilo de vida informal y poco convencional de Québec. Según mis amigos franceses, allí no sólo se hacen más rápido amistades, pero también ligar con chicas es más fácil que en Europa – afirman que en Montreal es la mujer la primera que se acerca al hombre, y no al revés cómo funciona la cosa en Europa. Recuerdo a mi amiga canadiense en París, cuando regularmente invitaba a una copa a los chicos europeos, en los bares parisinos, a menudo encontrándose con la asustada reacción, de los atrasados hombres del viejo continente. A menudo frustrada después de tal recepción, no cambiaba sus tácticas, orgullosa de ser una mujer liberada de Occidente. Acabó juntándose con un canadiense, después de haberle conocido en una fiesta casera en su ciudad natal, siendo ella empezando la primera conversación, y primera en proponerle salir con ella. La emigración entre Francia y Québec tiene lugar en dos direcciones. Los niños de las llamadas buenas familias de Québec, van a Francia por un tiempo; para estudios, intercambios universitarios y motivos turísticos, con frecuencia se mezclan estos tres propósitos. Es para ellos un viaje sentimental hacia las «fuentes». En Francia se les recibe muy cálidamente, aunque no se les ahorra los picantes comentarios relacionados con las diferencias lingüísticas, en las dos versiones de la lengua francesa, que ha evolucionado a lo largo de los siglos desde su raíz, en dos direcciones diferentes. Nunca olvidaré la despreciativa y a la vez indulgente reacción de un francés, cuando nuestra amiga en común de Quebec, en lugar de utilizar el vocablo francés dentifrice (pasta de dientes), utilizó “pâte à dents” palabra utilizada para decir pasta de dientes en Quebec, equivalente a toothpaste en inglés. Habiendo vivido en Francia durante muchos años y usando el francés de manera fluida, pensé que era una exageración total el hecho de que los franceses se apegaran a tales bagatelas. Viajando allí un par de años más tarde, me di cuenta de que el problema no está solamente en las bagatelas, pero en la lengua entera, siendo muy a menudo incomprensible, tanto como para un francés, como para mí, una extranjera franco hablante.

Los residentes de Quebec se dividen en los llamados francófonos y anglófonos.

Los primeros usan el francés todos los días, aunque cuando hay necesidad pueden hablar inglés libremente. Históricamente, se sienten conectados con los primeros habitantes de Europa, mientras que su estilo de vida no difiere del resto de la comunidad multicultural de América del Norte. Los residentes anglófonos hablan inglés como su primera lengua. Suelen hablar también el francés, aunque con errores en la pronunciación o estilo, lo que a menudo es un estímulo para los comentarios medio en serio, de la sociedad de habla francesa, con el fin de mejorar.

Los franceses de Montreal son bastante fáciles de entender en francés para mí. La situación empeora con el número de kilómetros que hago hacia el norte de la región, donde el número de dialectos y acentos hacen cambiar automáticamente el idioma, al estándar inglés, como resultado de la incomprensión, de una sola palabra en una simple conversación, pidiendo un café en la gasolinera.

Las diferencias lingüísticas y culturales desencadenan un fuerte elemento separatista. Sistemáticamente se han organizado referéndums sobre la continuación de pertenencia de Quebec a Canadá, pero presionado el quebecqoi, dice que no quiere separarse, porque se da cuenta de que económicamente, esa no sería la mejor opción para él.

Para los turistas ordinarios estas animosidades sociales, escondidas debajo de la superficie de una sociedad democrática y multirracial, son prácticamente imperceptibles. No obstante, a veces es muy enriquecedor profundizar en los temas que son vitales para una sociedad, como, por ejemplo, la distinción en la lengua y la cultura, de la región francesa de Canadá. Esto es especialmente útil en las comparaciones con el propio país de residencia, donde, sorprendentemente, el panorama sociopolítico es a menudo muy similar al que encontramos en el camino.

Sin embargo, Québec está lleno de respeto y tolerancia.

Hay muchas razas de gente aquí y muchas culturas diferentes que, de común acuerdo, crean un país delicioso para descubrir. Canadá es uno de los pocos países en el mundo donde me siento «bien». Eso significa libertad para moverme, pensar, seguridad y cortesía de las personas que encuentro en mi camino.